Bailar entre la guerra y la paz 

10.09.2022

Flores de águila para la guerra, plumas de colibrí para el amor. Bailar entre la guerra y la paz en el México del siglo XIX.

Con flores de águila se alaba la sacralidad de la guerra florida. El combate embriaga y amortaja a los hombres. Sus cantos abran de florecer en la casa del misterio. Muerte al filo de la obsidiana, muerte en guerra, muerte en parto que habrá de disipar la agonía cósmica. Bajaran de nuevo a la tierra revestidos de Sol como mensajeros del poder fecundante del gozo y la abundancia. Ave de luz, colibrí precioso que anuncia con su danza la resurrección de la vida.

La guerra fue entendida como una misión sagrada que servía para mantener la existencia del Cosmos. Águila y colibrí representan para el alma mexicana la ida y vuelta entre la vida y la muerte, la presencia de los dioses en la tierra, el espíritu de los sacrificados, la voz de los antepasados, la encarnación del fuego solar, así como la expresión metafórica de la sexualidad y la fecundidad.

El siglo XIX significó un cambio de valores una renovación al espíritu de lo mexicano pero que a partir de los infinitos enfrentamientos que tuvieron lugar a lo largo del siglo, no dejo de reconocerse a través de sus animales espejo. Fue a través de la danza, la más grande portadora de los saberes del cuerpo y el espíritu, que el alma mexicana pudo reconocerse, ataviarse y renombrarse.

El siglo XIX comenzó entre sobresaltos al saberse España invadida por Napoleón. Por toda la Nueva España corrían letrillas que ridiculizaban a Bonaparte. La vida transcurría entre paseos en coche, reuniones en cafés para murmurar de los virreyes y bailar contradanzas y minuetos en tertulias. La mayor distracción era asistir al teatro en dónde aún se conservaba la idea de lo que era honesto y bello, habitado poco a poco por nuevas ideas humanistas de reforma y progreso. El teatro será la principal diversión del siglo XIX la escuela de las buenas costumbres, la educación y la finura, aunque será también testigo de luchas políticas y su cierre anunciará tragedias epidemias y desgracias nacionales.

La guerra de independencia hizo callar al teatro, no hubo más paseos ni tertulias. Tras 11 años de fusilamientos y combates con la entrada del ejército Trigarante llegará a México una nueva forma de mirarse y de ver la vida. Bailes y funciones darán la bienvenida al primer imperio mexicano, un nuevo tiempo en el que saber bailar significaba ser portador de un innegable certificado de sociabilidad y modernidad. Los actores pasaron de ser súbditos leales a ciudadanos dispuestos a morir por la República. La abdicación del último virrey se celebró con un baile en el Palacio de la inquisición, se prohíbe la representación de obras en qué aparecieran personajes de la monarquía y los actores españoles fueron profundamente despreciados, algunos hasta el exilio, los bailes llamados boleros fueron prohibidos por el ayuntamiento por causar el descontento público.

El teatro mexicano fue respaldado desde el poder durante todo el siglo XIX; Félix María Calleja protegía al Coliseo y a sus cómicos, dicen las malas lenguas que sostenía una relación no muy decente con la Inesilla primera figura del Coliseo y a quien tras su actuación obligaba al público a arrojar monedas de oro a sus pies. Años más tarde el general Santana impulsa el primer reglamento de teatro en defensa del autor y la obra intelectual. El presidente Miramón y el emperador Maximiliano de Habsburgo eran aficionados a él y sus gobiernos favorecían a sus hacedores. ¿Qué hubiera sido del ruiseñor mexicano sin su auspicio?

Nuevas diversiones fueron apareciendo, los públicos así como los espectáculos se diversificaron en formas caprichosas que transformaron la moda que de Europa llegaba: ópera para las clases altas, niños contorsionistas y pequeños bailarines hacían sonreír a las clases populares, comedias de magia con decoraciones, desapariciones, música alegre y muchos bailes alegraban los días, obras de autores mexicanos que hablaban de la guerra, dramas religiosos y fantásticos que llegaron hasta nuestros días, bailes de gran aparato, sonecitos del país que nos recordaban vuelos de águila y colibrí, maromas y cirqueros, zarzuelas, operetas, pastorelas, jacalones de títeres en la alameda, cafés cantantes, la llegada del Can Can, espectáculos coreográficos, ejercicios gimnásticos, experimentos científicos que demostraban la gloria del positivismo y tandas que dieron rostro a quienes se reflejaron en él.

Los teatros se inauguraban con bailes de máscaras. El costo por asistir era de $2 con derecho a baile, 6 reales si se pasaba a la galería de tertulia y 2 reales para solo mirar. El teatro recauda fondos para ayudar a las muy diversas causas bélicas, se brindaron funciones a beneficio de los hospitales militares y destinaba todos sus productos al mantenimiento y auxilio de los enfermos y fondos de la guerra. Había solemne función tras la victoria en batallas, se presentaban espectáculos patrióticos apelando al sentimiento nacionalista, se instalan las fiestas nacionales para despertar el amor patrio. El teatro apoya al ejército con donativos obtenidos de tómbolas, bailes y funciones teatrales.

Con la invasión norteamericana los teatros se cerrarán solo asistían a las funciones la turba ebria de soldados, gente de clase baja y los polkos. El clero condenaba con la excomunión a quiénes asistieron al teatro o actuarán para el invasor. Solo actuaron para ellos actores extranjeros. Para desgracia del teatro nacional el más grande maestro de danza del siglo XIX maestro de Domingo Ibarra Andrés Pautret se encontraba entre ellos.

El general Scott trató por medio del teatro de fomentar la convivencia. Destaca aquí la presencia de la actriz española Maria Cañete que cautivo con su belleza a los invasores y al volverse asesora de Scott consiguió que muchos mexicanos fueran indultados. La Guerra de Reforma divide a la sociedad en dos bandos jarabes y zapatos rojos enuncian a los liberales contradanzas y calzado verde a los conservadores. El segundo imperio comenzó con un baile. Arañas de esperma, alfombras blancas de lentejuela, escarcha de plata y trajes de seda rosa anunciaban la reconciliación nacional. Funciones de obsequio iniciaban con un himno a la paz y a la unión. Los bailes públicos bajo la influencia francesa fueron muy impulsados. Ni siquiera la guerra hizo que la gente perdiera el interés por la danza. Bajo las alas del segundo imperio México recibirá la tradición musical de Europa del este con la banda de la legión extranjera que tocaba en las plazas públicas.

Con el triunfo de la República el baile era un medio para lograr la concordia y la unión de los partidos políticos. Con la danza se reunía al México de la riqueza y la inteligencia bajo el término de aristocracia republicana, se comprendía a la fortuna obtenida por el talento y el trabajo conquistado por la inteligencia sin embargo al bailar demostraban lo contrario: unos saltaban a contratiempo o se tropezaban con otras parejas o no sabían qué hacer con la suya, otros se especializaban en pisar colas o en torcer el torso.

La nueva aristocracia estaba conformada por terratenientes empresarios extranjeros y políticos de dudosa extracción, la nueva aristocracia celebraba tertulias en casas de campo en tanto que la antigua aristocracia solo se reunía en grandes ocasiones. Los bailes más populares eran durante el carnaval, las clases populares celebraban en el portal de mercaderes, en la calle de plateros y las clases altas en casas particulares y teatros.

Bailar y danzar son palabras que en el universo mexicano contienen el espíritu del alma misma de la cultura. Danzas acompañan el inicio de los ciclos para abrir la posibilidad de encontrarse con el cosmos. Los ciclos se cierran bailando con regocijo con cuerpos que han dado a luz nuevas realidades. La fiesta y el teatro resultaran ser la forma que demostrará la vida hecha realmente, la reafirmación del poder, El dominio del universo, pero también la esperanza y la alegría. El cuerpo cotidiano se transforma para pactar con los dioses el destino y el camino tras la guerra tras la conquista vendrán los regocijos los días de fiesta y las danzas para celebrar la vida.


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