Cuerpo: territorio de exploración
Dimensionar la relevancia del cuerpo es una práctica que deberíamos mantener en constante recuerdo de si y de momento en momento, y no desde un sentido de apego, o del reconocimiento de ser adonis, sino como la vía; en primera instancia de conocimiento sobre el mundo circundante, que afecta, reafirma, crea, modifica y existe para cada individuo, y que representamos ineluctablemente en diversos arquetipos.
Mantener un estado de alerta, nos permitiría ser conscientes de los patrones conductuales preestablecidos y no conformarnos con su mera reproducción, en pro de una reflexión o de una crítica mediante el arte interpretativo, llámese teatro, danza, literatura, etc.
Empero necesitamos abordar el cuerpo desde una perspectiva revolucionaria, que luche en pro de generar nuevas formas de conocimiento (ya que, la generación de pensamiento no existe más, en su lugar, simplemente nos dedicamos a la ilustre actividad deductiva) que sean capaces de libertar no solo a quien lo vivencia, sino a las futuras generaciones insertas en el sistema educativo formal y no formal, al espectador, al que no práctica, pero que se nutre del arte ¿Por qué? El verdadero arte es escabroso y muestra todas las posibilidades de la esfera humana, porque la información emana del artista mismo y no de las ideas incrustadas a marcha de repetición.
Sin depreciar el camino mostrado por mentes brillantes, seres sensibles, con plena consciencia de que son guías, exploradores que hicieron mapas, pero como decía el médico, psicodramaturgo y escritor argentino Jorge Bucay el territorio no es el mapa y yo añadiría: y cada ente es un mundo tan particular y similar a todos, que ningún mapa es igual para todos (por fortuna). Luego entonces, por qué hacemos de esos mapas un dogma inamovible y lo enseñamos y transmitimos, seguramente por la emoción más fuerte y básica que existe en todos los seres vivos: el miedo.
El miedo de simplemente explorar, porque experimentamos al cuerpo desde una plataforma de terror continuo representado en un apego, muchas veces disfrazado de instinto básico de supervivencia, y es evidente que lo es y cumple una función importantísima para la existencia de cada ser vivo, pero no estamos hablando del miedo como impulso, hablamos del miedo como creación de una mente condicionada por elementos tan simples y a la vez importantes como los que nos contará el psicólogo estadounidense Abraham Maslow en su famosa pirámide de las necesidades esenciales de todo ser humano.
Hablamos de ese miedo limitante del potencial humano, aprendido y que tanto daño le ha hecho al cuerpo, ese instrumento noble, mediante el cual experimentamos un mundo rico en sensaciones, colores, sabores, matices, texturas, quiero decir, infinitamente rico. Por lo anterior me planteo dos interrogantes ¿es necesario que el cuerpo transite por este contexto previo a su liberación, ya que como hablar de libertad sino conocemos la opresión de ser prisioneros del cuerpo que habitamos? y dos ¿podemos experimentar la existencia siempre desde la pureza infantil sin terminar condicionados por la repetición, pero salvando el aprendizaje que conlleva en si cada experiencia? Yo digo que es posible, en tanto trabajemos en la exploración del cuerpo, como el trabajo de un iniciado, aquel adepto que transita sobre el filo de la navaja todo el tiempo, siempre en medio, nunca en los extremos, ya que estos ciegan y embrutecen la capacidad de mantenernos conscientes y redescubrir una y otra vez la experiencia humana, que a su vez nos llevaría a indagar sobre el propio instrumento (el cuerpo) deseoso de manifestar lo inmanifestado en el caso de la efímera danza o porque puede albergar otras vidas como ocurre con el actor.
Pero antes debemos despojarnos de toda limitación producto del adiestramiento y tener presente como lo dice la actriz española Socorro Anadón antes que surja la palabra, está la presencia del cuerpo y ese cuerpo es aquel que vivirá dos vidas la propia y la del personaje, la propia y la de la manifestación interior.
Por lo anterior necesitamos aproximar a los artistas en construcción, y no solo me refiero a los artistas de conservatorio o amateur, sino a todos aquellos seres humanos que lo son sin previo conocimiento, pero que vive en ellos esa irradiante luminiscencia propia de un ser cuyo interior es rico en creaciones e ideas, dotado de sensibilidad y aprecio por las cosas intangibles, aquellos artistas innatos, a todos los invitamos a replantearse dogmas, educación, perspectivas e incluso motivaciones intrínsecas que les llevan a optar por una disciplina artística y no solo eso sino a derribar ideas obsoletas y a indagar en lo más profundo de sí, a través de su instrumento de trabajo El Cuerpo, como una entidad dotada de una rebeldía encausada para no morir en el intento de encontrar y trabajar con la sustancia interna, antes que mejorar la técnica o brillar en el firmamento, porque eso no es la búsqueda sustancial del artista, en todo caso es la consecuencia de su constante búsqueda o de su necedad.
Así pues, el cuerpo como territorio de exploración es un viaje de iniciación para el verdadero buscador de sí , de su verdad, de
aquel que anhela entregarse a un plan mucho más grande que su materia; en este
camino se aborda no solo la reflexión y la problemática del adoctrinamiento
institucional, sino que resulta una guía práctica para encontrar el lenguaje
propio, que libera e inspira a otros a ser, sublimar y expresar lo que son,
pero también como pilares de un constructo social que integre, respete,
comprenda, ame y sobre todo aprenda a cambiar el rostro y enfoque de toda
institución social existente, puede sonar petulante incluso ridículo, sin embargo
el verdadero arte es capaz de transformar una sociedad completa ya que
transforma y trastoca en primera instancia las estructuras de cada individuo,
que no vuelve a mirar la existencia con los mismos ojos, simplemente porque ha
nacido un artista.
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