Raíces
El inmigrante no se olvida de casa, la lleva en la lágrima nocturna. En nuevas tierras se erosiona el lenguaje materno; el español deviene en anglicanismos y en el invierno la piel morena empalidece.
Vivir fuera de tu país de
origen implica por necesidad practicar la resiliencia: perderte y reconstruirte
con y a través de nuevas culturas, lenguas y maneras de ser. Hacer arte fuera
de tu país requiere de voluntad para entender las condiciones en las que se
desarrolla el lugar en que rehaces tu vida y en que tu arte -tu esencia- se
adapta, se transforma; florece o se marchita.
Para sobrevivir, es vital
regresar al hogar, pisar tierra (literal o metafórica) con las banderas de tus
colores. Retomar fuerza en la identidad -en el recuerdo vivo de tu raíz-. y al
regresar reconocer las capas que componen al ser humano, nuestros matices
culturales y socioeconómicos; reaprender a mirar nuestro privilegio o falta de.
Regresar a la memoria del
tono de tu tierra. Observarte prismático: tu país de origen, tu región; el
(c)olor de tu piel; la intensidad en que fuiste criado. Regresar a las
costumbres y los aromas de tu primer hogar: el tono de ojos de tus padres. Traer y abstraer toda esta información y estas experiencias, incluyendo las que
uno busca olvidar, también son parte de la brecha que abrimos ante nosotros al
movernos. Apreciar y aceptar, conciliar la carencia, abrazar e integrar y si
hace falta… llorar todo lo necesario. Toma agallas portar tu nacionalidad sin
miedo al ser extranjero, ocupar tu lengua en donde no se entiende y tus ganas
de tocar el corazón donde la gente no conoce de abrazos tibios.
Las nuevas ciudades
muestran las injusticias del tercer mundo; pero parece que el tercer mundo es
una sombra pintoresca que carcome la burguesía de la primera clase y les rompe
la burbuja ilusoria de perfección y reinado.
Deslindarse de la
colonización -que sin darnos cuenta perpetramos contra nosotros mismos- es un
viaje más grande de lo que hubiéramos pensado. Son muchas las generaciones que
han viajado tragándose la lengua de su madre para sobrevivir en el norte.
Si la colonización nos ha
borrado identidad para homogeneizar,
acaso el arte puede encontrar nuestra identidad a través de compartir la
subjetividad individual -es decir, el alma- y sobre todo en re-humanizar
aquello que hemos enaltecido solo para los grandes teatros y el dinero.
Regresar el arte al pueblo y con él, la posibilidad de recrear un mejor futuro
en los lienzos sociales.
Aquí ofrezco algunas
fracciones de ideas donde se derraman los abismos que me reencontraron en mi
último viaje a México:
" Una familia son muchos caminantes. Manos multiplicadas las líneas en
las manos se hunden. […]
Los pies de mi abuela, tiesos de miedo, […] el recuerdo de un amor
muerto, su compañero de peleas, en cenizas bajo una iglesia sin dios y con
dinero. Los pobres pueblan las iglesias; los ricos rezan en casa sin miedo. A
la religión no le interesa el cambio, se regocija en sus panteones que cobran
mensualidades. Cripta donde las flores mueren bajo tierra: sin colores y de
mármol blanco, las pieles prietas reclaman tierra que no podrán tocar. Mueres
para no regresar a tus árboles, ni evaporarse en los amores de los mares. El
sol no brilla en las criptas. Una virgen elegida por el espíritu santo es la
imagen de la madre tierra y a ella le rezamos ciegos con las manos amarradas.
[...] Se repite. Todo lo que no se cuestiona se repite. [...]
[...] Las calles llenas de silencios caminantes. Gritan con pasos
acelerados, corriendo hacia un destino que escapa. Persiguen un sueño que vuela
lejos, ellos, con sus grilletes socio-económicos, miran los ideales alejarse y
permanecen inmóviles, con rabia en un país que no procura escuchar. Gobiernos
que censuran el dolor. Arrastran sus muertos bajo la cama como almohadas de piel,
muy cómodas; mano de obra gris, barata y artesanal. Un gobierno que regatea a
su pueblo: Le exige que de más brindándole menos.
Yo me escapo, como un fantasma que ha muerto en su país y que busca
entierro en purgatorios blancos. En otros lares de un mismo continente norte.
Despejados los pulmones con aire fresco, la vista empañada de llorar sin saber
en dónde comenzar el cambio de un país
que duele. -¡No es mi responsabilidad!- me grito al espejo, -¿o si?- Me responde
una cara parecida a la mía, pero triste. "
No tengo respuestas, estas
son solo reflexiones que se apoderan de mi cabeza ahora que vivo entre dos
ciudades; con la familia en una y la oportunidad de desarrollarme en otra.
Procurando reencontrarme con mi identidad latina en el Norte. El choque
cultural de estas dos ciudades ha comenzado el big bang de mi necesidad de
aceptarme, abrazarme y portarme latino en todo lugar. No sabia que era mexicano
cuando vivia en Mexico. Hoy, la distancia ha creado en mí un amor más grande
por mi patria, y así mismo un dolor que acompaña mis nostalgias.
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